La
espiritualidad franciscana tiene unas características y peculiaridades que le
son propias, compartidas a la vez por los hermanos menores, las hermanas
clarisas y tercera orden, constituyendo una vocación común y complementaria. A
continuación desarrollaremos, a grandes rasgos, lo que es propio y distintivo
de nuestra espiritualidad.
Vivir el evangelio
Francisco y
Clara son oyentes asiduos de la Palabra y hacen de esta el centro y la razón de
ser de su compromiso de vida. El evangelio es la forma vitae que ambos eligen para ellos y para sus hermanos y
hermanas.
Clara y
Francisco son contempladores del evangelio y quieren vivirlo en toda su
transparencia y radicalidad.
Seguir a Jesucristo
Más que una doctrina que brota del evangelio, el
seguimiento de Jesucristo es toda una forma de vida. Ese Jesucristo a quien
Francisco ha descubierto en el hermano pobre se le revela vivo y eternamente
próximo. Toda la vida de Cristo se caracteriza por el misterio del
anonadamiento, que culmina en la obediencia hasta la muerte en cruz. Tanto
Francisco como Clara contemplan sobrecogidos este gran Misterio.
La pobreza
Francisco y
Clara siguen la pobreza de nuestro Señor Jesucristo. Donde mejor aparece la
intuición del sentido teológico de la pobreza voluntaria es en su modo personal
de leer los textos del Nuevo Testamento. La pobreza que ha hallado Francisco no
es un sistema de vida ascética, como el que ya estaba acuñado en el monaquismo
tradicional, ni un programa de reforma de la Iglesia, ni siquiera un medio de
testimonio entre los hombres de su tiempo.
La pobreza de
Francisco es una consecuencia del amor que se entrega sin reservas, es la
adhesión al Verbo del Padre el cual, siendo rico, quiso, por encima de todo,
escoger, con su Madre María, la pobreza. La vida de Jesús Francisco la
contempla a través del prisma de la pobreza: Belén, su vida itinerante, el
Calvario. Seguir la doctrina y las huellas de Jesucristo es, ante todo, abrazar
su extrema pobreza.
Clara será
fiel, heroicamente fiel, a la herencia de Francisco en su Regla y en el estilo
de vida observado en san Damián. Tal como ella se expresa en su Testamento, se
trata de un compromiso asumido "ante el Señor y ante nuestro padre san
Francisco" (TestCl 40); una herencia a la que ella quiere permanecer fiel,
resistiendo incluso a la autoridad suprema de la Iglesia, con humildad y
sumisión pero con firmeza.
La expresión “sin
propio” de la Regla, tanto de Francisco como de Clara, no es una mera fórmula
de renuncia a unos bienes materiales, sino que indica un desapropio que abarca
todas las dimensiones de la persona humana. La renuncia externa es sólo la
condición imprescindible para llegar a la plena disponibilidad interna.
Fraternidad
A través de
Jesucristo y de su evangelio recibe todo su sentido la paternidad universal de
Dios y de la familia de los hijos de Dios. Francisco y Clara encuentran al
hermano, a la hermana. Fundamentada en Jesús, la fraternidad es la que une a
los hombres en el amor de un mismo Padre. Esta unidad deja de ser un vivir en
común simplemente y se convierte en fraternidad por la acción del Espíritu
Santo. Jesucristo es el centro vivo de esta fraternidad. La presencia de Cristo
"hermano", don central del amor del Padre, en cada uno de los
hermanos, en cada persona, en cada cosa creada, se hace realidad plenamente con
la presencia del Espíritu.
La
fraternidad se alimenta de la Palabra y de la Oración. Toda fraternidad ha de
ser una comunidad orante. Sin la apertura diaria a Dios y a su Palabra no es
posible la apertura a los hermanos; la fraternidad evangélica ha de ser un
descubrimiento progresivo del misterio de la comunión en la fe.
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